Un viaje a México

Fui recientemente a México por tres semanas, mi primer viaje a un país en vía de desarrollo. Mi objetivo principal era estudiar y practicar el idioma español, un esfuerzo reciente mío. Aunque sabía que estaría viviendo en la zona turística de Playa del Carmen, yo esperaba que tendría varias oportunidades para explorar otras partes la península de Yucatán. Sin embargo, en mis tres semanas allá, obtuve más de lo que esperaba. Después de un huracán feroz, un escape temprano en la mañana del apretón de Emily, dos cenotes (cuevas con charcas), tres ciudades mayas, antiguas y diferentes, un paseo en barco a Isla Mujeres, un viaje de esnórquel al arrecife, y casi 100 litros de agua embotellada, la cabeza me daba vueltas, me dolía el cuerpo y mi corazón añoraba volver a casa.

Tras unas pocas semanas para establecerme y revisar notas y memorias, estoy preparado para compartir unas pocas impresiones. Es verdad, que las ofrezco con aprensión porque no reclamo ser un trotamundos ni un experto en el área de estudios culturales ni en México. Sin embargo, quizás algo escrito provocará la discusión adicional, algo que los académicos siempre quieren hacer.

Primero, nunca antes me había sentido tan movido por compras simples. Si compraba una hamaca de multi-color de $15 en un pueblo rural maya o daba una $50 por una manta tejida a mano en un puesto afuera de la entrada a las famosas ruinas mayas en Chichen-Itza, se aclaraba para mí que estas sumas relativamente pequeñas significaban el mundo para los vendedores. Por mi chapurreado español entendí que ambos productos fueron tejidos por parientes de los vendedores. Así, yo los compraba de manos de familias que fabrican el producto. Raramente obtenemos la oportunidad de hacer esto en los Estados Unidos ("los Granjeros Venden" y "Las Artes en el Parque" son las excepciones notables). Me sentía mucho más conectado con los productos que compraba y las personas que los crearon. En verdad, me era difícil regatear con los vendedores (como la mayoría de las guías turísticas recomiendan) cuando pensaba en todas las horas de trabajo que debe haber costado la creación de estos productos. Quizás valoraríamos más el trabajo manual (y estaríamos dispuesto a pagar adecuadamente por ello) si nos enfrentáramos con las personas que fabrican nuestros productos o cultivan nuestros alimentos (en su mayoría anónimas y de países desesperadamente pobres). Si esto sucediera, quizás sostendríamos activamente los estándares globales de la equidad para los trabajadores antes de permitirle a los líderes de nuestra nación aprobar NAFTA y CAFTA. Esto quizás contribuiría también a eliminar la pobreza (vea abajo).

En segundo lugar, y relacionado, se me ha hecho más evidente cuánto nuestro dinero puede encauzar el desarrollo. Cancún, la ciudad dónde aterricé y estuve apenas unas horas, es un lugar favorito de muchos (Norte) Americanos. Me enteré que la mayoría de las personas van a Cancún para pasar las vacaciones en sus muchos hoteles colosales, para nadar en las playas blancas del Mar Caribe, y para ir de fiesta para embriagarse hasta perder el conocimiento. Estos visitantes tienden a tener (y gastar) cantidades enormes de dinero y es claro para aún un observador ocasional en Cancún cuán significativo es este dinero al arreglo de la ciudad y el estado de su ecología. La mayor parte de los hoteles de Cancún se hallan en una isla de barrera diez millas de largo (parecido a Carolina del norte oriental, vea foto aérea). (La ciudad principal de Cancún está a varias millas de donde ellos viven.) Hablando ecológicamente, la red de hoteles no deja prácticamente trecho alguno de la playa libre de la dominación humana. Esta isla parece estar de cubierta de cemento con una palmera ocasional para convencer a los visitantes que ellos están en el paraíso (como los anuncios les repiten sin fin).

Aunque México es un país de habla española les aseguro que en Cancún se habla inglés ya que su economía está dominada por el turismo; en el aeropuerto de Cancún, aún los letreros van impresos con el inglés en letras grandes y el español en letras chiquitas. Los visitantes no necesitan molestarse en aprender español, aunque muchos aprendan unas pocas palabras (por ejemplo, "agua," "cerveza," "borracho," y "playa"). Los turistas requieren toneladas de agua, especialmente a causa de las temperaturas y sofocante sol tropical. Como resultado, el agua embotellada se vende ubicuamente. Aparentemente, no se espera que uno beba agua del grifo. Si apenas una fracción del dinero que es gastado por turistas en el agua embotellada (que se valora en $1-$2 por litro) se pusiera en un fondo para mejorar la calidad de las facilidades del tratamiento de agua en el área, toda la gente de Cancún quizás tendría acceso al agua segura, sabrosa y económica; mis instintos me dicen que la inmensa mayoría de las ganancias de la venta de agua embotellada actualmente va a las manos de unos pocos empresarios bien-posicionados que probablemente son socios de los intereses que controlan muchos de los hoteles que están esparcidos a través del paisaje.

En tercer lugar, mientras estaba preparado para ver la pobreza, yo no estaba preparado para todas las formas que ésta toma y qué claramente suprime el progreso humano. Desde la perspectiva de un país desarrollado, uno espera presenciar los signos visibles de la pobreza, si está en forma de falta de electricidad, de falta de agua limpia, o de falta de refugios fortificados y es así en parte. Pero también observé cosas que cavaron profundo en mi conciencia y me convencieron que erradicar la pobreza es un requisito previo para la sostenibilidad ambiental verdadera. Al andar por un pueblo maya, rural y típico, yo advertí que mientras las estructuras de madera (vea foto) que sirven como hogares se llenaban de niños, no se veían por ninguna parte jóvenes entre las edades de 10-18 años. Me dijeron que los niños más viejos todos trabajaban en los campos vecinos o en ciudades más grandes. Las presiones monetarias dictan que muchos de estos niños escogen el trabajo en lugar de la escuela secundaria. También, la pobreza limita mucho la movilidad. Mientras un ciudadano de los Estados Unidos puede entrar México con nada más que una partida de nacimiento oficial, un mexicano debe someterse a un largo proceso para la admisión a los Estados Unidos y puede esperar ser rechazado sumariamente. La mayoría del que entra a los Estados Unidos entra a su propio riesgo, a menudo sujetándose a prácticas inhumanas de trabajo, el acoso de la policía, o peor. Apenas a unas cuadras de uno de los hoteles más lujosos en Playa del Carmen, muchas familias mexicanas pueden ser encontradas viviendo en estructuras provisionales sin ninguna agua corriente, rodeadas por charcos infestados de insectos donde niños jóvenes juegan a falta de mejores oportunidades. Aparentemente, las enormes ganancias diarias de los hoteles y restaurantes turísticos no se invierten en el bienestar público de la mayoría.

Paradójicamente, entre todos los signos de la pobreza, uno encuentra los signos del materialismo a todo dar. La electricidad trae la televisión (con todos sus mensajes de consumismo) a los lugares más aislados, inclusive muchas chozas mayas. Los teléfonos celulares, otro agente poderoso del consumismo, están en todas partes. Yo no puedo imaginarme lo que este nuevo imperativo cultural debe costar, pero al igual que el agua embotellada, al pobre no le queda más remedio que entrar una costosa relación dependiente. Conseguir acceso al Internet (con todas sus imágenes y mensajes culturales occidentales) puede ser obtenido por sólo 10 pesos por hora ($1 en dólares de EE. UU.) Las imágenes de Coca Cola se pueden ver por todas partes, incluyendo en los respaldos de aros de baloncesto en áreas remotas. Ya que el agua limpia y potable está muy solicitada, una lata de aluminio llena de agua "limpia" y azucarada atrae mucho interés. Y aunque las botellas de vidrio y latas de aluminio podían verse raramente en las calles (a causa de un programa agresivo de reciclaje de estos artículos particulares), las botellas de plástico (los productos basados en petróleo) llenan y contaminan las áreas verdes (vea foto) y las calles. Todos estos vestigios del industrialismo moderno me mueve a preguntarme acerca de las tasas rápidas de crecimiento económico en la China y sus más de 1,3 mil millones de personas. Y mientras la pobreza tiene que ser eliminada, se necesita obrar de una manera que no repliqué el despilfarro, las ineficacias, y la commodificación desenfrenada de las necesidades básicas que encontramos hoy en el mundo hiper-desarrollado.

¿Por último, qué me obligó para viajar a México en primer lugar? He comenzado recientemente a estudiar español. ¿Por qué? ¿Por qué se le ocurre a alguien aprender un idioma nuevo, especialmente a un trentón con demasiados años en instituciones docentes? El desconocimiento de otros idiomas y culturas limita nuestra habilidad de progresar en términos de la paz y las decisiones ambientalmente sanas. En el hemisferio en el que yo (y la mayoría de nosotros) vive, hay dos idiomas dominantes. De hecho, el crecimiento del español como secunda lengua en EE. UU. sigue su rápido curso. Sin una base sólida en lengua española, hay tantas voces de vecinos que yo no he podido oír ni interpelar. Un ejemplo de esto son los varios grupos ambientales latinos de EE. UU. y el resto de América. Hispano hablantes no sólo viven aquí en el oeste de Illinois y en Los Ángeles, donde viven los abuelos de mis hijas, pero donde quiera que uno viva en este país, sin decir nada de los 106 millones (y creciendo) de ciudadanos de nuestro vecino inmediato al sur. Quizás si más de nosotros tuviéramos la capacidad de continuar una conversación con personas de otras culturas y lugares, podríamos construir la unidad y la solidaridad antes que nos dividamos más por la propaganda, por la doctrina, y por el nacionalismo.


Peter Schwartzman is associate professor and chair of the Environmental Studies Program at Knox College. He is a research climatologist with peer-reviewed publications in the area of climate change and human population growth. He is currently looking for a publisher for his book entitled, 1's Power: what you (and your friends) can do to protect the planet, which he wrote with Justin Sornsin, a 2004 graduate of Knox College.